Movimiento de pensamiento y creación sobre Colombia y Latinoamerica que genera espacios de inclusion a través de la expresión -arte, cultura- y procesos de simbolización; en una búsqueda por lo político como significaciones del poder de la palabra, la crítica, el reconocimiento a la diferencia y la práctica de consensos, más que de la política como ejercicio homogeneizador, polarizante y alienante.

"Moviendo matices para la despolarización de la(s) cultura(s)"

Saturday, January 9, 2010

La rescatista de cadáveres


Por FRANK BAJAK
CONFLICTOEn el río Cauca, María Inés Mejía se dedico varios años a recuperar cadáveres arrojados por sicarios del narcotráfico o por alguno de los grupos ilegales. Reportaje de AP
Sábado 9 Enero 2010



MARSELLA, Colombia (AP) — En el tramo curvo del río Cauca en Marsella, un remolino empuja los residuos a la orilla.

Sobre la faja de tierra cercana al agua están diseminados palos, juncos y botellas de plástico, y los buitres picotean los brillantes y empapados despojos de un perro pequeño.

Allí también recalan cadáveres humanos.

Aunque difícilmente sea el Cauca el único río de Colombia donde son abandonados restos humanos, bien puede ser el más socorrido. Lleva los cuerpos de matones del narcotráfico, de campesinos desmembrados por escuadrones de la muerte y de inocentes asesinados por ser cercanos al rival de alguien.

Quiénes eran esas víctimas o por qué murieron, nunca le importó mucho a María Inés Mejía. Simplemente sujetaba a los cadáveres —unos cientos— y los sacaba del agua, tratándolos siempre con respeto. Lo que comenzó como un trabajo que nadie quería, desembocó en una vocación.

"Yo saqué de ahí piernas, brazos, troncos", dice Mejía, de 50 años. "O cabezas solas. Uno encuentra allí de todo: (cuerpos) enteros, pedacitos, pedazos. Unos en costales. Otros en canecas (envases). Amarrados, con la cabeza forrada en plástico".

El relato de Mejía resalta el sobrecogedor reto de Colombia en una histórica coyuntura: localizar e identificar a las víctimas de un largo conflicto interno. Con un profundo descenso en los homicidios y amainado el temor de las venganzas, miles de personas han salido a dar la cara para narrar asesinatos y desapariciones y llevar a las autoridades hasta fosas comunes.

La Fiscalía General ha recopilado una lista de 26.564 asesinatos cometidos entre mediados de la década de 1980 y mediados de esta década, mientras que miembros de grupos armados irregulares han confesado 714 homicidios.

Tal tarea de identificación coloca bajo los reflectores a personas como Mejía y otros funcionarios de menor nivel que se convirtieron en los guardianes de los muertos anónimos.

"Son héroes desconocidos", dice la antropóloga María Victoria Uribe, de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, una dependencia de la Presidencia de la República.

Para Mejía, hubiera sido más seguro empujar un cadáver de vuelta a las aguas. De esa forma podría descomponerse en varias partes y los huesos asentarse en el lecho del río. A lo largo de 13 años, Mejía sacó cuerpos, hasta que graves riesgos para su vida la obligaron a parar.

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Mejía, hija de un finquero, comenzó su trabajo en 1992, cuando fue designada como funcionaria de un distrito rural que incluía la zona de la curva del río. El salario por su trabajo era de 250 dólares al mes.

Fue "duro, por una parte, porque nunca me dieron dotación" o equipos. "Las botas las compraba yo misma, los guantes también", indica Mejía.

Nunca pidió dinero, pero un hombre agradecido le transfirió una vez 100 dólares a su cuenta bancaria y una mujer de la ciudad de Cali le dio un par de overoles después de que Mejía recuperó un cadáver.

La mayor de cuatro hermanas, con estudios posteriores a la secundaria que llegaron a unos cuantos cursos secretariales, Mejía no tenía experiencia en el terreno forense. Sus registros escritos sobre los cuerpos, una suerte de autopsias preliminares, estaban plagados de errores al principio.

"A veces escribía 'orificio cometido por arma de fuego', cuando el hueco podría igual haber sido hecho por una (ave) raptora" o ave de rapiña, cuenta la mujer.

Mientras más cuerpos sacaba del río —Mejía recuerda cuatro en un solo día_, más cómoda se sentía, rodeada de los cuerpos desfigurados y descompuestos. Los montaba en su Jeep Willy para llevarlos a la morgue de Marsella, un poblado en el departamento de Risaralda y a unos 180 kilómetros al oeste de Bogotá.

Dice que sentía como si los muertos fueran de ella, como de su familia. "Dejarlo ahí (el cadáver para) que lo acaben los perros, los gallinazos (zopilote o ave de carroña )... yo no sirvo para eso".

Más de una vez, Mejía y su esposo, Ancízar López, estaban en un bote por el río Cauca —él adora pescar— cuando ella veía el miembro de un cuerpo, lo tomaba a mano limpia y lo llevaba hasta la orilla.

A la gente se le caía la mandíbula cuando veía cómo Mejía le hablaba a los cadáveres. Casi de forma rutinaria batallaba para curiosearles en la boca abierta a los cadáveres para registrar detalles o los rasgos dentales.

"(Al cadáver) yo le decía: 'Hágale pues, amiguito, hágale papi. Por Dios, ayúdeme''', afirmó.

Sacar del río los cadáveres empapados no es un trabajo para tímidos. Se descomponen rápidamente —además que apestan— en medio de las altas temperaturas de la región.

"Y usted no se imagina lo que es intentar sacar del agua un cuerpo empapado y con la piel cayéndosele. Se le puede quedar en las manos", dice Michelle D. Hamilton, un experto en descomposición del cuerpo y quien dirige el Centro Antropológico Forense en la Universidad Estatal de Texas.

Algunas veces, Mejía permitía que parientes de los muertos rescatados se quedaran en su casa porque no tenían cómo pagar ni donde dormir, y al día siguiente recogían a sus muertos.

El trabajo era extenuante.

"Uno llora", dice la mujer con un dejo en la voz, "uno llora".

"Hay cadáveres que le producen a uno más tristeza que otros. Por ejemplo, me dolió mucho cuando saqué un niño", asegura.

-Pero, ¿alguna vez tuvo pesadilla con los muertos?.

-No, sólo sueños.

-¿Los muertos le hablaban?.

-Solamente uno... Tuve un sueño con uno que saqué, que me decía que se llamaba Héctor.

¿Ese era su verdadero nombre?

-No sé y no sé si lo identificarían o no.

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Los principales ríos de Colombia han sido usados durante décadas para deshacerse de los muertos: el Cauca, el Magdalena, el Atrato y el Sinú...

"Es una forma de hacer desaparecer las evidencias", afirma la antropóloga Uribe.

"Lo que hacen es vaciar el cadáver, le sacan toda la parte interior y lo rellenan de piedras para que el cadáver no flote y se hunda. Entonces por eso no hay ningún conteo de cuerpos depositados en los ríos".

La mayoría de los cuerpos son víctimas de los paramilitares.

Los investigadores de la Fiscalía han recuperado unos 2.778 cadáveres, gran parte en fosas comunes y han identificado a unos 830.

Pero cientos de los desaparecidos —sino miles— quizá nunca sean recuperados. Después de cuatro años, muchos de los cementerios de Colombia tradicionalmente remueven los cuerpos no reclamados y sin nombre y los colocan en nichos donde los esqueletos se unen, haciendo casi imposible su identificación.

Mejía también muestra algunas fotos que les tomó a los restos. Apenas se distinguen por sexo. Algunos estaban medio sumergidos, como ella los consiguió. Otros son apenas miembros.

Esas son los recuerdos de Mejía, tomados con la cámara que ella misma se compró porque la alcaldía de Marsella no la equipó. No ha recibido compensación y a pesar de sus nueve años y medio de servicios, carece del derecho a una pensión de parte del Estado.

La diligencia de Mejía en recolectar y catalogar a los muertos colocó a Marsella, que se autodenomina como un destino de ecoturismo, como uno de los pueblos de Colombia con la mayor tasa de homicidios.

"La gente del pueblo estaba muy molesta", dice el actual alcalde de Marsella, Carlos Andrés Gómez. "Le generó una mala imagen al municipio".

Con un leve tono de exasperación, Mejía lamenta que muchos en Marsella parecen guardarle rencor porque por su devoción hacia los cadáveres del río, le causó una mala reputación al pueblo.

"Los homicidios ocurrían río arriba. No eran nuestros", dice. "Siempre he sido muy clara sobre eso. Marsella es un pueblo muy pacífico y armonioso".

Mejía no ha vuelto al río desde hace cuatro años. Aspira con fuerza un cigarrillo, luego recuerda lo que la llevó a renunciar dos veces a su puesto.

Cuando tenía 16 años, dio a luz a un niña que murió estrangulada con el cordón umbilical. En el 2001, estaba embarazada de nuevo. Eran gemelos en su cuarto mes de gestación que perdió luego de visitar, por órdenes de sus jefes, una fuente de agua contaminada por el herbicida de un agricultor.

"Había veneno por todo lado en la finca", dice, mientras las lágrimas le brotan de sus grandes ojos marrones y se le quiebra la voz: "Perdí los gemelos".

Renunció al trabajo, pero siguió sacando cuerpos del río hasta septiembre de 2005.

Un día, Mejía encontró en la puerta de su pequeña casa cerca al Cauca una nota que decía: "Inés y familia" deben salir inmediatamente de la zona. "No estamos jugando", decía la amenaza. "Muerte".

Obedecieron. Tres semanas después, alguien quemó su casa.

Mejía declinó decir quién cree que lo hizo, pero los fiscales en la zona piensan que pudieron haber sido narcotraficantes de la región.

Con una gorra de béisbol que la protege del sol del mediodía, Mejía se mantiene pensativa mientras contempla el cauce del río Cauca.

Los últimos dos cadáveres entregados en la morgue de Marsella fueron recogidos en las orillas el 10 y el 16 de noviembre.

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El corresponsal de The Associated Press Libardo Cardona en Bogotá contribuyó para este reportaje.

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